Un anónimo manifestó que se cagaba en las mierdas intelectuales del Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona, haciendo una pintada en su programación 2012-2013.
Le hice una foto. Días después la pintada ya no estaba, la habían borrado, pero en seguida el gran cartel empezó a llenarse de tags. Cuando acabó la temporada lo quitaron, y desde entonces no han vuelto a colgar nada en la fachada de la calle Montalegre. Ahora aquella foto que hice encabeza mi blog y su sentencia se me revela como una máxima.
Me cago en vuestras mierdas intelectuales
Ante la deshumanizada apariencia del arte, encerrado en sí mismo, manejado como una producción más dentro de la cultura capitalista y re-edificado como una institución exclusiva casi sagrada, hoy en día encontrar una alternativa distinta resulta una tarea difícil, más no imposible; aunque toda alternativa pecará, paradójicamente, de “sistematizada” o “institucionalizada”, pues está sujeta a un juicio. Por ejemplo, Banksy, que surgió de la periferia artística, ahora no podría sobrevivir si no es gracias al sistema central artístico que tanto critica.
No basta con ser diferente para estar al margen del arte oficial. No basta con ser un rebelde. Hay que no ser nadie, hay que estar completamente excluido, marginado, ninguneado por la cultura entera. No se trata de ir en contra, sino estar en la contra, ser lo contrario de aquello que la civilización llama “artista” para ubicarse realmente fuera de los límites de lo que conocemos como arte en mayúsculas.
Hacia mediados del siglo pasado hubo un artista que afirmó que el verdadero arte está fuera de los límites de lo que la cultura occidental “civilizada” ha erigido como tal. Ese artista fue Jean Dubuffet, un “rebelde” que hizo de la obra creativa de los individuos marginados una corriente artística alternativa a la ordinaria. Frente a la categoría de “Arte” Dubuffet sitúa la categoría de Art Brut, (en inglés “Outsider Art” y en español “Arte Marginal”, aunque yo le llamo “Arte Outsider”).
Me cago en vuestras mierdas intelectuales
Se conoce como Arte Outsider a la actividad “artística” realizada por individuos situados fuera de las tendencias oficiales del Arte, tales como los niños, pacientes o discapacitados mentales, médiums espiritistas o marginados sociales de cualquier tipo y por diversa razón. En pocas palabras en esta categoría artística se recoge toda manifestación creativa de individuos antisociales sometidos a estados anti-culturales, que no contra-culturales.

Jean Dubuffet adopta el adjetivo “brut” para calificar este tipo de obras por su aspecto simplista y natural, consecuente a la falta de instrucción artística de sus creadores. Así “brut” se opondría al termino “cultura”, y de aquí su traducción como “outsider” o “marginal”. Pero además, “brut” significa el estado de cualidad de aquello más puro y no adulterado, como el champaña o el aceite de oliva virgen. En palabras de Dubuffet:
“Por este término entendemos las obras producidas por personas que no han sido dañadas por la cultura artística, en las cuales el mimetismo desempeña un papel escaso o nulo… Estos artistas derivan todo, temas, elección de los materiales, medios de transposición, ritmos, estilos de escritura, etc., de sus propias profundidades (…). En estos artistas asistimos a una operación artística por completo pura, sin refinar, en bruto y totalmente reinventada en cada una de sus fases a través de los únicos medios que son los impulsos propios de los artistas. Es, por tanto, un arte que manifiesta una inventiva sin parangón”.
Sin ánimo de ofender ni de resultar mal sonante, “me cago en vuestras mierdas intelectuales” por tercera vez.
¿Qué puede haber de loable, pues, en unas creaciones que demuestran no tener instrucción ni habilidad práctica y estética por parte de sus creadores, a quienes ni siquiera se les considera artistas? Primero, su aparición y segundo su esencia frágil y privada, desinteresada y paradójica. Para no alargarme en esta primera parte haré un elogio a la aparición del Arte Outsider, el cual salió a la luz inadvertidamente a principios del siglo XX.
La actividad creativa marginal suscitó en los movimientos de la Vanguardia un gran interés. Sí, corrientes como el Expresionismo, el Dadaísmo o el Surrealismo se inspiraron profundamente en las expresiones “brutas” de los individuos marginados de la época, con tal de justificar sus propias propuestas creativas. Los expresionistas veían en el “arte” de los niños y de los enfermos mentales el principio vital de la pintura expresado de la manera más espontánea. Ese principio se basaba en la búsqueda de la manifestación pura del espíritu del ser humano a través de la creación artística; única manera de combatir el estancamiento retrogrado que sufría el arte y a la deshumanización de la civilización contemporánea de entonces.
En Sobre la cuestión de la forma (1912), Kandinsky utiliza metafóricamente la idea de “sonido interior” para expresar la existencia de valores formales intrínsecos o de “vida” en la pintura, la cual es “expresión del contenido interior”. Por ello realza la creatividad infantil, opinando que “lo práctico-utilitario le es extraño al niño, ya que mira cada cosa con ojos desacostumbrados y todavía posee la inalterada capacidad de aceptar la cosa como tal”. Klee también fue un gran admirador y defensor del “arte” infantil y de enfermos mentales.
Los Surrealistas, por su parte, proclamaban, frívolamente, imitar los mismos estados creativos que experimentan los internos en centros psiquiátricos. Las obras de enfermos mentales nutrieron las ideas de espontaneidad y creatividad incesante del movimiento, en las cuales vieron validado su modelo del “sujeto creador”: el yo individual motor y guía de sus propios impulsos artísticos. Creyeron que la verdadera calidad estética y la autenticidad expresiva de las obras psicóticas brotaban de esos “procesos primarios”, subliminales y fértiles en el inconsciente de la psique que se escapan de los cánones artísticos establecidos y sobre todo del control racional. Su atracción por la psicopatología como un estado mental puro, combatía con la realidad del mundo civilizado y verdaderamente irracional.
Ya a finales de la Segunda Guerra Mundial, Jean Dubuffet se levanta como el gran defensor del arte de los marginados reuniéndolos bajo la categoría de Art Brut. Tras exponer estas obras en diversas galerías, crea por fin en 1975 la Collection de L’Art Brut en Lausana, Suiza. Si no hubiera sido por su interés y su defensa, tal vez estas manifestaciones seguirían considerándose como algo sintomático y sin ningún valor artístico.
Actualmente, a pesar de haberse consolidado como un sistema e institución alternativa a la oficial, la “marca” Arte Outsider no disfruta de una gran difusión. Su conocimiento público pasa desapercibido y continúa estrictamente separado del mainstream del Arte. Y aquí es donde se halla, en mi opinión, una de sus cualidades más admirables. En su marginación encuentra su autenticidad. Es un arte por naturaleza exclusivo y ajeno a las intelectualidades y pretensiones de quienes creen encontrar “la exclusividad” en el Arte común, que sin darse cuenta le debe bastante a estas expresiones de las cuales se diferencia y a las cuales aparta de su terreno. Así que por esto y mucho más “me cago en vuestras mierdas intelectuales”.
«Los términos de conducta infantil y de locura no son ofensivos… Todo esto debe tomarse con seriedad, con mayor seriedad que el conjunto de las pinacotecas, si se trata en nuestros días de lograr una reforma». – Paul Klee, 1912.