Recuerdo una vez que, sin saber lo que estaba diciendo, le dije a alguien a quien empezaba a conocer que yo era mi abuela. Ajena a que esa persona hubiera captado lo que yo sin querer parecía haber intuido, me dijo: “que interesante, una mujer que es abuela y nieta a la vez, una buena idea para crear un personaje de ficción”. Cierto.
Puede ser muy interesante, al fin y al cabo creo, sinceramente, que es verdad. “Eres sangre de mi sangre” nos dicen nuestros padres y familiares. Por tanto, decir que “yo soy mi abuela” no puede parecer tan descabellado.
Tampoco creo que podamos contar ni entender nuestra historia personal sin remontarnos, como mucho, a la de nuestros abuelos, pues son el origen de quienes nos concibieron.
Podemos contemplar el principio de nuestra existencia en la de ellos, cuyas vidas fueron marcando el camino de las nuestras. Sin abuelos nadie es hijo de nadie, así que nuestra historia es también la suya, salvo que en distintos momentos.
Ahora bien, no es de mí de quien quiero hablar, ni tampoco de mi abuela, sino de mi madre. Hoy es su cumpleaños y a ella va dedicada mi publicación de esta semana, en la que me referiré a su canción favorita.
Hija de Francesco, emigrante italiano y de María Guevara, mi madre nació en Cumaná, Venezuela.
Como no tenía cuna, mi madre durmió durante sus primeros meses de vida en una maleta abierta. A temprana edad se embarcó rumbo a Europa. Vivió en Italia en una de las barracas de Ferrara junto con su abuela, sus tíos y primos. A los siete años su padre llegó para llevársela de vuelta al nuevo hogar que habían trasladado a Miami mientras ella no estaba. Allí vivieron diez años.
Cuando se graduó de la High School, la familia decide volver a Venezuela, pero esta vez a una nueva ciudad en el occidente del país. Viajan a Maracaibo, donde un tiempo después conoce a Michele, un peluquero italiano que había llegado allí muchos años antes que ella . Se casaron.
Al poco tiempo nace Gianfranco, a quien mi madre le dedica la que desde entonces es su canción favorita: My first, my last, my everithing de Barry White. Después nació Michelle, luego Alexandra. Mucho más tarde Michelangelo y yo; y aquí empezaría mi historia.
Cuando yo tenía siete años mi madre se despide para siempre de su padre. Años más tarde, lo hace de su marido . Al año siguiente le dice el último adiós a su madre. Así, se queda con sus cinco hijos. Poco después nos marchamos de Venezuela para volver al continente dónde empezó todo.
El país europeo al que llegamos fue España. Aquí conoció a un escocés, se casaron y mi madre volvió a hacer la maleta una vez más para irse a vivir adonde se acaba el mundo. Ahora vive en Glasgow. Es venezolana de ascendencia italiana criada en Norteamérica, y como una orquídea de los bosques tropicales del Caribe vive en medio del paisaje brumoso y encantado de la antigua Caledonia; como una extraña flor tropical que ahonda sus raíces en suelo europeo.
Su historia tiene escrita muchas páginas y todavía faltan unas cuantas por escribir, sin saber todavía qué contendrán. Dónde, cómo y cuándo acabará su capítulo no se sabe. Sin embargo, su historia no terminará, pues hay cinco partes de ella que continuarán escribiendo nuevos capítulos.
Ella dice que cuando muera , quiere que My first, my last, my everything suene en la ceremonia de su funeral. Yo puedo imaginarme el sentido que mi madre le da a esta canción. Por lo que a mi respecta, mientras escribo, el verso solo va desvelándome muy ingenuamente una concepción particular de mi propia vida como continuación de la historia iniciada por mi abuela…
Dicen que la historia de cualquiera existe mucho antes de nuestro nacimiento; que cuando nacemos comenzamos a escribirla, que hasta podemos modificarla yendo en contra del destino que llevamos marcado. Pero ¿y si ese ir en contra está también preestablecido?
A lo mejor, aunque no creamos en el destino, nunca podamos librarnos de él por muchos “Prometeos” que nos inventemos, ni por muchas teorías existencialistas que hagamos. Puede que esa historia personal nuestra esté ligada, o mejor dicho, esté marcada por la historia de nuestras generaciones familiares pasadas. Nuestro nacimiento sería simplemente un nuevo capítulo en la continuación de esa historia; la cual acabaría en el momento en que no haya un nuevo nacimiento y muera el último hombre de nuestra genealogía.
Nuestro “principio” entonces se encontraría antes de nosotros mismos y tal vez allí también se encontraría nuestro final. Nuestra “actualidad” vendría a ser el cumplimiento de nuestro “principio-fin” otorgado y así, lo primero y lo último se convertirían en el todo de la historia de nuestras vidas.
La canción favorita de mi madre se ha convertido en la canción de la familia, porque a todos nos gusta. Lo que no sé es qué significa para cada uno de nosotros. Para mí, acabáis de averiguarlo: de romántico-amorosa, My first, my last, my everithing pasa a ser una canción, digamos, de contenido histórico-existencial, si es que este término es valido.
Además, puedo confesar que entre nosotros existe la creencia de que cuando mis abuelos colocaron a mi madre recién nacida en aquella maleta, se produjo el hechizo que marcó el rumbo de nuestras vidas. Y es que siempre que contamos “nuestra historia” nos resulta difícil iniciarla en otro momento que no sea el momento en que mi abuelo pisó tierra en Venezuela.