La sangre de la menstruación nos da asco por tener el mismo aspecto que la sangre de una herida mortal y por dejar rastro de mancha como el vómito o excremento. Ignoramos su poder y continua siendo en tema tabú del cual no se habla por vergüenza; o si hablamos de ella es siempre en negativo.
Sus síntomas son una molestia y una “debilidad” que entorpece la ruta hacia el progreso de la mujer, enterrando en el olvido el poder que las mujeres teníamos al comienzo de esta andadura “civilizatoria”.
El poder de las mujeres en la antigüedad era intrínseco a la menstruación. Era sagrado y espiritual, ya que la aparición de la menarquía en las adolescentes de hace milenios, significaba la llegada de su poder de conexión con la vida: la suya, la que puede llegar a engendrar y la que le rodea en su comunidad y entorno natural. Era una «magia» que los hombres no poseían.
Mientras que en el actual mundo occidental, la sangre menstrual es materia residual recogida en una compresa o tampón, desechado inconcientemente para mantenernos “limpias», antiguamente la menstruación era un momento sagrado de retiro, meditación, ofrendas, purificación espiritual y sororidad respetado por hombres y mujeres.
Era una de las ocasiones de mayor celebración para toda la comunidad, a la vez que un momento temido, por considerarse a las mujeres estar en su nivel más alto de poder. De ahí que fueran intocables y excluidas, pero no por impuras sino por un deber espiritual consigo mismas y con el orden de la naturaleza, pues es un momento de sensibilidad física e intelectual fuente de potencia creadora y protectora, así como de vulnerabilidad a las influencias de los “malos espíritus”.
La menstruación era, pues, sagrada. Y ahora ya no lo es; como ya no lo es nuestra vida, ni la naturaleza, ni los animales, ni el trabajo…La exclusión de las mujeres durante la menstruación, pasó de ser por recarga y protección de sus poderes espirituales e intelectuales a ser por asco y esclavitud.
Materializando la menstruación únicamente en sangre, ésta perdió su significado de poder mágico y la mujer se desacralizó y fragilizó, convirtiéndose en sucia y débil por sangrar. Por lo tanto, se le excluyó por “riesgo de contaminación”, o se le esclavizó para trabajar sin descanso junto al hombre acíclico, además de considerarse sus síntomas menstruales poco importantes.

Si la menarquia de las adolescentes modernas representa una experiencia vergonzosa y odiosa (si no recordemos a la pobre de Carrie), algunas culturas indígenas alrededor del mundo, por el contrario, conservan ritos de paso que bendicen la llegada de la menarquia de sus adolescentes: como la ceremonia de la “Danza del Sol naciente” (Sunrise Dance) del pueblo apache del sur-este de California o el ritual del “Encierro de las Majayut” del pueblo indígena wayuu que habita en la frontera entre Colombia y Venezuela.
Estos ritos consisten en la preparación mental, física y espiritual de las adolescentes que deben asumir la conciencia de su nuevo rol femenino dentro de su comunidad.

La Danza del Sol naciente dura 4 días y su propósito es bendecir y entrenar a las jóvenes a superarse en la vida según su resistencia a la ceremonia por medio del baile, la oración a los espíritus protectores y la adoración a la “Mujer Cambiante” (Changing Woman) que es la deidad N’dee: la primera mujer y madre del pueblo apache, y la cual creen que se encarna en las adolescentes durante la ceremonia una vez son embadurnadas con una mezcla de arcilla y polen.
El Encierro de las Majayut dura tradicionalmente 12 lunas, es decir, un año como mínimo, dependiendo de la capacidad de las jóvenes de aprender e interiorizar la sabiduría ancestral de su etnia.
Tras la menarquia de una wayuu, se le separa de la comunidad para que sólo tenga contacto con sus mujeres más cercanas. Los tres primeros días permanece acostada en una hamaca boca arriba para depurar su niñez y es bañada tres veces al día para purificarla de“malas energías”. Una vez lista, su madre y abuela le enseñan los valores de su pueblo instruyéndola en el tejido y en cómo ser mediadora de conflictos de su clan, puesto que los wayuu son un pueblo organizado matriarcalmente y la mujer es la cabeza de familia y autoridad espiritual.

Acabado el «encierro», el padre de la adolescente la presenta como “majayut” (mujercita) al resto de la comunidad, con un banquete y una celebración donde ella es la protagonista y la que inicia el baile de la Yonna, un baile de gran importancia simbólica para los wayuu.
Aunque en algunas partes del mundo siga existiendo la exclusión de las mujeres durante la menstruación por taboos de impureza, también ha sobrevivido al paso del tiempo la reclusión positiva por descanso y purificación en solidaridad con el resto de mujeres menstruantes, como llevan a cabo las mujeres Yurok del noroeste de California o las del pueblo Kalasha al norte de Pakistán.
Así, cada mes las mujeres yurok se retiran de sus tareas ordinarias para reunirse con otras mujeres menstruantes en un espacio exclusivo, con el fin de meditar sobre sus vidas, a través del control de su energía dejando la sangre fluir y concentrándose en sentir sus cuerpos plenamente sin prestar atención a ninguna distracción.

Mientras que las mujeres del pueblo Kalasha en Pakistán, se congregan en la casa sagrada de la menstruación llamada bashali para, además de menstruar en compañía, dar a luz o descansar de su vida matrimonial. El Bashali es donde las mujeres gozan de su libertad, donde cantan, bailan y refuerzan lazos entre ellas. Es el edificio más grande y el más sagrado de la comunidad, aunque los hombres queden excluidos y no sepan nada de lo que ahí ocurre.
A pesar de que la menstruación ha quedado relegada a las necesidades fisiológicas más desagradables, hoy en día existe un resurgimiento de especialistas y movimientos a favor de la revalorización de su papel fundamental en la salud, bienestar y empoderamiento de la mujer.
Por esto, la idea para escribir este post surgió de varias fuentes de inspiración como: el cortometraje-documental Period. End of sentece dirigido por Rayka Zehtabchi y ganador de un Oscar el año pasado. También una de mis últimas lecturas: Period Power de Maisie Hill o la primera versión adaptada al cine de Carrie (1976), una historia de Stephen King.

Pero me gustaría también mencionar las cuentas de Instagram de @ilovecyclo: una marca de copas y compresas menstruales y @soytumenstruación de Xusa Sanz experta en ciclo menstrual, las cuales forman parte de este movimiento de concienciación acerca del poder y valor que tenemos las mujeres por el simple hecho de sangrar.
Si miramos a estas culturas que celebran la menarquía y viven la menstruación en sororidad nos damos cuenta, entonces, que la sangre femenina posee su propia expresión cultural a través de danzas, ropas preciosas, cantos, mitos y leyendas, así como tatuajes y técnicas manuales como el tejido, hasta llegar a nuestra cultura contemporánea en forma de publicidad, diseño o creación audiovisual y literaria…
Por tanto, no es una locura si pienso la mentruación como una verdadera experiencia estética cotidiana e inadvertida a tomar en cuenta, ¿o sí? Porque vosotras ¿cómo la vivís? y ¿vosotros?
Wowww,… I was so wondrously excited to read your passion, on this forgotten rite of passage and to «once more hear of the beauty, power, and awe that had been spoken written of, and passed down through ions of centuries and societys!
I recognize the thoughts of, «unclean,» as you so eloquently pointed out the misnomers, now associated with menses; (or blood, point blank!)
It SHOULD Be lifted Up, Exhalted, Hailed and Honoured!! «The Sacre» The Chalice!! Life🩸❤️
Bravo? Chien, Chien
🙏☮️☯️💟🙏